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La formación del docente

 

La formación del docente en su disciplina evidentemente es primordial.

La insistencia que haré enseguida sobre la formación personal no quita nada a esta necesidad. Por el contrario, su seriedad condiciona la solidez del vínculo contenido/relación, y además, el método utilizado para formar a los docentes en su disciplina inducirá, en efecto, lo más a menudo, aquel que ellos utilizarán de ahí en adelante con sus alumnos.

La renovación de los métodos de enseñanza en el nivel superior encuentra en ello su justificación.

 

Actualmente uno se aplica a dividir para explicar:

-dividir el conocimiento en disciplinas distintas (matemáticas, física, biología, etc.);

-dividir cada disciplina en capítulos separados que se encadenan linealmente.

Todo ello tiene como resultado volver difíciles las visiones sintéticas, las inter-relaciones entre fenómenos pertenecientes a disciplinas diferentes (por ejemplo, la medicina y la psicología).

 

No sería quizá necesario para esta formación disciplinaria de los docentes

tener en cuenta «lo que algunos han llamado la 'cuarta revolución epistemológica', luego de aquellas que resultaron sucesivamente de los descubrimientos de Copérnico, de Darwin y de Freud. Se trata, en esta última revolución de la inversión del procedimiento cognitivo. Este se aparta de los consejos de discontinuidad dados por Descartes. Por el contrario, privilegia desde el comienzo visiones de continuidad y de totalidad (o globalidad), concepciones de Cestalt y de organización, de estructura así como de complejidad y de transferencia, pone el acento sobre la relación más bien que sobre los elementos separados.

Copérnico
Darwin

Seríamos así conducidos a apoyarnos sobre los principios de la «sistemática» desarrollados en particular por Edgar Morin:

-evitar el acercamiento lineal o secuencial;

-evitar las definiciones demasiado precisas que arriesgan polarizar y esclerotizar la imaginación;

-hacer sobresalir la importancia de las causalidades mutuas, de la interdependencia;

-utilizar los temas de integración vertical.

 

Eso conduciría a preocuparse, en el sistema global del proceso de enseñanza, tanto de los intereses (bien se trate de gustos, aptitudes, deseos, objetivos...) de aquel que aprende, como de una pretendida lógica interna de la disciplina enseñada.

Lo que implica muchos cambios en nuestros hábitos.

Y sin embargo, estos principios se volverán tanto más importantes en cuanto los aspectos deductivos, analíticos y a veces mecánicos serán cada vez más tomados a cargo por la enseñanza asistida por el computador.s Sin duda será también necesario tener en cuenta la '°influencia de los conceptos fundamentales de la informática (en particular de la noción de algoritmo) que ciertamente se infiltrarán en las diferentes disciplinas y modificarán probablemente una parte de este paisaje. La toma en cuenta de la relación contenido/relación en la formación disciplinaria de los maestros no puede sino conducir a cambios.

 

¿POR QUÉ LA DIDÁCTICA ACCIÓN?

 

 La falta de formación didáctica a menudo está en el origen de la siguiente actitud: un alumno comete un error, el profesor lo sanciona indicándole que tal resultado, tal expresión es falsa, mala, inexacta, etc., luego él da el resultado correcto, la expresión que él juzga ser la buena. Desgraciadamente, si nada más viene a modificar su comprensión, esta actitud conduce al alumno a repetir el mismo error en la medida en que él no ha podido comprender, por esta sola intervención, lo que lo había llevado a ese mal resultado.

Dicho de otra manera, el profesor actúa como si el alumno hubiera escrito o dado ese resultado por azar, por torpeza, por «falta de conocimientos» o por reflejo condicionado que habría que rea-condicionar y que, en todos los casos, a priori él no lo habría razonado.

Ahora bien, este no es el caso. Las investigaciones efectuadas en didáctica muestran que

la mayoría de los resultados falsos se apoyan sobre razonamientos anclados en la cabeza del alumno, sobre representaciones, o incluso sobre «estrategias» que él ha tomado la costumbre de elegir.

 

No se trata entonces, como lo piensan aún numerosos docentes, de inculcar buenos razonamientos y de sembrar buenos conocimientos en el terreno virgen del alumno sino lo más a menudo de combatir, de luchar contra los «obstáculos» representados por los falsos conocimientos o las estrategias inadecuadas. Un conocimiento nuevo no puede construirse sino sobre la destrucción al menos parcial de uno antiguo al cual substituye.

 

Las investigaciones han hecho avanzar el conocimiento de esas diversas «estrategias» y de esos «razonamientos espontáneos ». Pero la ilusión sería creer que es suficiente con poner a la disposición

de los docentes un catálogo de estos razonamientos espontáneos para que las dificultades desaparezcan. Sus reacciones frente a los alumnos no serían por ello modificadas: es necesario que ellos descubran también sus propios razonamientos espontáneos, sus propias estrategias dudosas, dicho de otra manera, su propia representación subjetiva. Es preciso que ellos realicen la experiencia de la necesidad, pero también de las limitaciones de esos procedimientos más o menos conscientes para que sepan adaptar sus actitudes a las reacciones diversas de sus alumnos.

Esta formación didáctica tiene consecuencias psicológicas. En efecto, esta nueva visión de los erro-res de los alumnos, ya no como faltas por sancionar sino como síntomas, como medios dé acceso a otro conocimiento, o incluso como etapa de paso obligatorio hacia la construcción de nuevos conocimientos, es una visión mucho más positiva y menos traumatizante para los alumnos o, al menos, más animadora.

 

 Cuatro grandes grupos de didácticas

No basta con hacer una formación didáctica porque esto se ha puesto de moda, además es preciso saber lo que esta palabra recubre. La palabra «didáctica» es en sí misma el soporte de muchas re-presentaciones. Aún está por hacerse una epistemología de la didáctica.

Pero se puede ya, para las matemáticas, percibir cuatro grandes grupos de didácticas según que uno ponga el acento sobre la disciplina misma o sobre el alumno, según que se considere a las matemáticas como internas o como externas al sujeto. Puede entonces distinguirse:

- Una didáctica centrada en el alumno con una representación interna de las matemáticas: el alumno es invitado a elegir situaciones, se le deja hacer y solamente se le da la ayuda que él demanda en el momento en que la demanda. Se tratará entonces de estudiar su comportamiento heurístico.

- Una didáctica centrada en el alumno con una representación externa de las matemáticas: el alumno será puesto, lo más a menudo posible, ante situaciones «concretas», que él deberá «modelizar». Se tratará de interesarlo en esas situaciones, de mostrarle su utilidad y de conducir progresivamente su procedimiento hacia una integración del proceso de modelización

- Una didáctica centrada en las matemáticas consideradas como objeto interno. Se tratará entonces de atraerla atención sobre la lógica interna de su presentación, sobre su axiomatización. Se dará importancia a la construcción de «curriculums» de una lógica rigurosa.

- Una didáctica centrada en las matemáticas consideradas como objeto externo. Se tratará entonces de constituir un repertorio de partes «útiles» de las matemáticas, es decir de lo que puede tener su utilidad para las otras ciencias.

Uno puede imaginarse claramente las consecuencias muy diversas que de esto resultan en las formaciones didácticas (o las investigaciones en didácticas) sea que prevalezca una u otra de las anteriores.

 

Un método interesante para realizar la formación de los docentes en la didáctica es la «investigación-acción», es decir una confrontación del docente con lo real de su clase, de su práctica, de su acción. La iniciación del docente en las metodologías de investigación le permite comprender y verificar, al menos en parte, lo que ocurre en su clase, cómo los alumnos construyen su saber en una disciplina, qué obstáculos encuentran en este aprendizaje, cómo él mismo interfiere. Finalmente, esto puede ser para él la ocasión de encontrar situaciones que permitan a sus alumnos sobrepasar estos obstáculos.

Esta formación es portadora de valores: atención a lo real, espíritu crítico, percepción de su propia implicación en toda situación, presencia de las representaciones de los alumnos, etc. Ella descentra la formación: de las recetas dadas sobre la práctica del saber, se pasa a la búsqueda de un saber sobre la práctica, saber encontrado en común por los docentes y los formadores.

 

Lo que precede no pretende ser exhaustivo. Bien puede haber otros sectores que podrían estar concernidos por esta formación, tales como los aspectos fisiológicos (los ritmos del niño...), los aspectos cognitivos, la psicología del niño, la formación para la evaluación (docimológica), etc. Todo esto podría fundar lo que yo llamaría una formación de ingeniero en técnicas de la enseñanza.

Vemos que se trata precisamente de otra cosa diferente a una formación disciplinaria para la enseñanza y que no es suficiente dar conocimientos de alto nivel a un individuo para hacer de él un docente. Estamos lejos del docente «sabio».

Siendo así, quisiera finalmente abordar lo que, por mi cuenta, me parece el centro del problema de la formación del docente: todas estas competencias una vez adquiridas no podrán tomar su pleno efecto sino si ellas se apoyan sobre otra formación, irremplazable, a saber, una formación personal que sería la de un verdadero especialista en relaciones humanas.

 

 

 

 

 

 

 

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